sábado, 30 de diciembre de 2006

Películas vs libros: las leyes de la comparación

A cuenta del estreno, ya hace algunas semanas, de la adaptación al cine de la magnífica novela de Patrick Süskind El perfume, llevo el mismo tiempo oyendo a muchos la memez de que la película es malucha y de que "el libro es muchísimo mejor". Creo que toda esta gente ha olvidado aquellas clases de matemáticas del cole en las que nos preguntaban: "siete más dos son nueve, pero ¿nueve qué? ¿peras? ¿manzanas? ¿gomas de borrar?" Era cuando nos enseñaban que no se pueden sumar limones y fresas, gomas y lápices, o mesas y puertas...porque no son iguales. Pues eso.

Un libro no es una película, ni una película es un libro. Son manifestaciones artísticas tan distintas que uno no puede embarcarse en una comparación exhaustiva y rigurosa y acabar el discurso sin haber dicho alguna chorrada. Se puede analizar si una genial novela ha sido llevada con mayor o menor acierto a la gran pantalla, o si una película respeta el espíritu de un libro. Pero pretender que el cine refleje exactamente una gran novela tal y como la vivimos en sus páginas es no tener ni idea de literatura ni de séptimo arte. Las descripciones en los libros -tanto de personajes como de situaciones y sentimientos-, pueden ser ricas y minuciosas, excitando nuestra imaginación hasta hacernos ver mentalmente lo que se nos explica.

Podemos llegar a imaginar con gran precisión a los protagonistas del relato, los lugares en los que transcurre, los olores, sensaciones y sentimientos que se narran en el texto. Para presentarnos esas cosas, el cine elige una forma determinada y nos las muestra sin más, con una imagen precisa que reduce casi a cero las posibilidades de imaginar. Con otros elementos, la traslación literaria al cine es más compleja: una imagen no puede reflejar un aroma, aunque el séptimo arte ha encontrado recursos que intentan subsanar esas limitaciones. Si nos presentaran la imagen de una cesta de hermosos y brillantes limones y una voz en off nos describiera el ácido y fresco olor que desprende, seríamos capaz de olerlo, recuperando en nuestro cerebro un aroma que ya conocemos.

El Jean Baptiste Grenouille de la versión cinematográfica de El Perfume tiene la cara de Ben Whishaw. Quizá no es tal y como lo habíamos imaginado, pero alguien tenía que asumir el papel en la película y lo cierto que el chico lo hace bien. Tiene esa mezcla inocencia y locura reflejada en su cara que hace que odiemos sus actos pero sintamos una especie de lástima y de enfermiza curiosidad por saber hasta dónde podrá llegar en su increíble enajenación. La película de Tom Tykwer está ricamente ambientada, su realización es más que correcta y los actores dan credibilidad a los personajes. La narración es entretenida y mantiene un ritmo creciente hasta el final, pero nunca será al cine lo que la novela de Süskind ha sido y es a la literatura moderna, aunque se trata de un loable intento de adaptar la novela. De hecho, algunas críticas -copio algunos ejemplos aquí abajo-, le reprochan excesivo apego a su texto inspirador.

"La seductora y sensorial prosa del best-seller de Patrick Suskind llega a las pantallas con una gran carga de garbo visual pero sólo mágicamente intermitente (...) En muchos aspectos, el film es 'demasiado' fiel a la novela, que es prácticamente imposible de adaptar" (Derek Elley: Variety). "Demasiado fiel a la novela", dice Elley. Así que para algunos -que saben un poquito de cine-, el problema es que se parece demasiado a la obra literaria original. Curioso comentario, sobre todo si nos remitimos al motivo e inicio de esta personal diatriba.

"Consigue razonablemente bien el logro que muchos dijeron que escapaba al alcance del cine: transmitir un mundo de escencias y olores." (Bernard Besserglik: Hollywood Reporter).
Recordemos la cesta de limones y la voz en off...

"Abraza un academicismo brillante aunque un tanto frío (...) Con una portentosa ambientación y un magnífico gusto por el detalle (...) en la escena clave, la del éxtasis final (...) Tykwer está al borde del ridículo" (Javier Ocaña: Diario El País).
Al hilo de este comentario sobre la escena del "extasis final", comparto la opinión de Ocaña. Tykwer casi roza el exceso, pero la indignación de algunos espectadores que ven en esta escena algo vergonzoso y pornográfico deberían visitar a un buen psicólogo, porque tienen un problema. Ni mis padres -y ya tienen unos años y una moral un tanto anticuada acorde a su edad-, se han sentido ofendidos por esa representación de amor universal, extáxico, incondicional y libre. Grenouille ha fabricado con la esencia de trece hermosas y virginales muchachas el perfume que representa lo más puro, lo más inocente, lo más grande y hermoso, el amor en su forma más grande. Eso es lo que relata Süskind y Tykwer lo plasma así. Puede gustar más o menos la forma de filmarlo, la resolución del problema, pero encontrar esa escena escabrosa o sucia es, a mi modo de ver, un tanto enfermizo.